Cuando los culpables fueron inocentes
Como es tradición, en el dia de los inocentes el Chiguire se pone serio:
Casi nueve años después del crimen, el fiscal Tarek William Saab publicó un video en su cuenta de X con la confesión de Natalia Améstica como autora del doble homicidio de su pareja, el productor Carlos Molnar, y de la leyenda del rap Tirone González, también conocido como Canserbero. En su relato, Améstica admite que intervino en la escena del crimen con ayuda de su hermano, Guillermo Améstica, y de tres funcionarios del Sebin, quienes cobraron diez mil dólares para montar el supuesto “homicidio-suicidio”. La confesión fría, calmada y casi ensayada, procura una sensación de cierre a un caso que por muchos años mantuvo en vilo a la familia de Carlos y de Tirone.
Hoy no vamos a hablar de los huecos en el relato de Natalia, ni vamos a meternos en un espiral de especulaciones criminalísticas. Asumamos, por un momento, que las confesiones son reales y que sí, que eso que contó Natalia fue lo que sucedió.
¿Por qué se destapa ahora? Si el Estado y la justicia venezolana tienen las herramientas para averiguar esto de forma tan eficiente hoy, ¿qué cambió? La respuesta es tristemente obvia: cualquiera que esté al tanto de los ciclos del poder en Venezuela sabrá que en 2015 Tareck El Aissami era el gobernador de Aragua, el estado donde ocurrió el crimen.
Hoy, el círculo de El Aissami cayó en desgracia. Sus más cercanos colaboradores están presos en el Sebin por un gigantesco caso de corrupción que lo vincula con una serie de cargamentos de petróleo que nunca fueron pagados a PDVSA por el orden de los 21.2 mil millones de dólares. Parte del entramado mafioso que mantuvo el caso de Canserbero en la oscuridad está hoy minimizado. Sin Poder.
Cuando las placas tectónicas del poder chocan, los ciudadanos pueden presenciar un par de derrumbes. Detrás de ellos se devela una que otra verdad, pero esto no quiere decir que finalmente triunfó la justicia; simplemente se impuso un grupo de poder sobre otro.
Después de 15 años describiendo con humor la cotidianidad venezolana uno identifica cómo estos personajes suben, brillan, desfalcan las arcas del país, se ciegan de poder y luego son devorados por el mismo monstruo que los creó. Son pocos los que sobreviven y quienes lo hacen se convierten, por ahora, en los dueños de la justicia. Pero esta justicia que llega tarde es todo menos satisfactoria; en un modo perverso se sigue protegiendo ciertos nombres, ciertas personas que es mejor no mencionar, porque la narrativa oficial es buena omitiendo los temas incómodos.
¿El fiscal va a hacer pública la confesión de los funcionarios del Sebin involucrados en el crimen? ¿Van a clarificar la posible relación entre El Aissami y Guillermo Améstica, co-autor del crimen? ¿Entrevistaron a Carmen Meléndez, la entonces ministra del Interior? ¿Van a decirnos dónde está Tareck El Aissami? ¿El fiscal también irá a compartir las confesiones de todos los involucrados en la gigantesca trama de corrupción de Tareck El Aissami, incluido Álvaro Pulido, el socio de Alex Saab? Finalmente, ¿Por qué unas confesiones merecen difusión en redes sociales y otras no?
El año que viene habrá elecciones presidenciales y el poder está haciendo todos sus esfuerzos para volver a hacerse atractivo ante los ojos de un grupo más joven que los milicianos de siempre. Por eso le han puesto tanto empeño a la cuenta de TikTok de Maduro (que por mucho que nos cueste aceptarlo: es un completo éxito) y por eso se quieren convertir en los salvadores que resolvieron el caso de una figura que tenía tanto ascendente entre los más jóvenes, como lo era Canserbero. Asimismo no desaprovechan la oportunidad que les da este caso para mostrarse como un gobierno eficiente que resuelve y hace justicia. Aunque sea SU justicia.
La justicia, cuando solo es narrativa en reacomodos políticos no es justicia, es una transacción de poder. La Justicia, cuando es narrativa de coyuntura electoral no es justicia, es campaña. En el subsuelo quedan aún cientos de casos de corrupción y muchos otros crímenes impunes; pero el timing político no favorece esta “justicia express”. Las placas tectónicas ya se acomodaron, encuentran su lugar y pasarán tiempo inmóviles, en silencio, quizás por nueve años más.