¿El chavismo ganó?

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¿El chavismo ganó?

“No hay peor ciego que el que no quiere ver” dijo Olga Tañón en la imagen de Facebook de donde saqué la frase y por duro que parezca, la Mujer de Fuego tiene toda la razón. Ya pasaron dos décadas y el chavismo parece haber logrado su tan deseado triunfo total. A pesar de los mil intentos para lograr un cambio político, ellos siguen ahí, presentes y atornillados al poder. Poco importaron las toneladas de evidencias de prácticas autócratas, las decenas de elecciones, el otro par de “elecciones”, las cientos de protestas, las varias mesas de negociación y los infinitos llamados contundentes por parte de organismos internacionales que no sirvieron para mostrarle la salida al chavismo, pues ellos siguen ganando y siguen gobernando.

Paradójicamente, mientras el chavismo se muestra con la confianza de quien usa la violencia para mandar, la vida en Venezuela se siente más ligera para una parte de la población. Ya son demasiados los productos que salieron de la extinción para regresar a los anaqueles y ahora si alguien del exterior trae de regalo una chuchería extranjera, será recibida con una sonrisa educada y algo de indiferencia. Pero que el país que hace dos años tenía más santamarías bajando que subiendo, hoy pareciera ser el equivalente moderno de una isla pirata donde sus dueños ruedan en Ferraris es algo que puede dejar a cualquier experto rascándose la cabeza.

Resolver se convirtió en el único tema del día. Buscar qué comer y conseguir más dinero se hizo la aventura diaria, sin importar lo que esté pasando en la política.

Después de años de chavismo, llegó 2016, 2017 y 2019. Todos sinónimos de tiempos duros, de hambre, despedidas, violencia, represión, sanciones económicas y decepciones políticas que nos dejaron a todos agotados. Y al igual que un mal recuerdo, nadie quiere volver a ellos. Resolver se convirtió en el único tema del día. Buscar qué comer y conseguir más dinero se hizo la aventura diaria, sin importar lo que esté pasando en la política. Por eso una parte de los venezolanos dejaron de prestarle atención a las promesas de un bando, a las amenazas del otro y así empezaron a resolver ellos mismos sus problemas. 

De la nada, llegó el apagón de 2019 —el Blip veneco— y junto a él también vino la dolarización. Una decisión del colectivo y permitida por el gobierno que cambió al país por completo o al menos a una burbuja en algunas ciudades. El dinero real volvió a las calles libremente y la economía parecía florecer otra vez en lo que algunos llaman la pax-bodeguera a pesar de que los sueldos privados apenas promedian los $75. Empresas privadas invirtieron de nuevo en Venezuela, algunas compañías posaron sus ojos en nuestro país y el miedo a las sanciones hizo que los enchufados invirtieran su capital sucio en miles de bodegones y locales de hamburguesas porque ya no podían gastarlo en Disneyland. Una sensación contradictoria para algunos, pues tener un país funcional es lo que queremos la mayoría y ya parece importar poco de dónde venga esta normalidad. Así pasamos de escrachar funcionarios en restaurantes a compartir un café con Lacava en el mismo lugar sin pensarlo mucho. Cualquier cosa que nos recuerde los tiempos de conflicto político quedó atrás.

A mucha gente le cuesta dormir en las noches si no tiene algún tipo de sonido al fondo. Pueden ser las aspas de un ventilador girando, el silbido de un aire acondicionado o en el caso de Venezuela, la gente se duerme cuando escucha a un político hablando. No importan las promesas, no importan las amenazas, lo que importa es el buen dormir y para conseguirlo tuvimos que ignorarlos. Ya casi nadie habla ni del chavismo ni de la oposición. Si estás conversando con alguien y quieres que la conversación siga fluyendo lo mejor es no hablar de política. Es mejor tocar temas realmente importantes como el último baile de TikTok que aprendiste o la veracidad de un Starbucks que no es un Starbucks. 

¿Y cómo culparnos? Muy convenientemente, el chavismo vació de significado cada una de las instituciones que le daban sentido a una vida democrática y las convirtieron en fachadas que ya ni siquiera quieren cuidar. El país que antes estaba obsesionado con la política ya no existe. Atrás quedó la democracia como también el socialismo del control económico, de las colas y de los números de cédula. Ahora, tenemos a la Venezuela de los casinos, de los servicios de lujo, de los escoltas, de la gente que dice que 100 dólares no es nada y de los turistas rusos. Y no debería sorprendernos esto último porque allá fue justamente donde el gobierno puso su visión de país. Ya no era sostenible ni cómodo querer construir otra Cuba en Suramérica por lo que el chavismo decidió girar el timón dejando atrás a la isla de la felicidad para enfocar sus ojos en Rusia. Un país dominado por una organización criminal que secuestró al estado para lucrarse y cimentar su poder. Para el gobierno ruso, era perfecto abrir otra franquicia de su sistema mafioso en América y para el gobierno venezolano era perfecto aliarse con un socio que le ofreciera armas, inteligencia e información para saltarse las sanciones impuestas por Estados Unidos junto a los otros países que ahora también forman parte del mismo sistema criminal.

Y aunque podemos ver la victoria del chavismo como un hecho, igual quedan millones derrotados en el campo de batalla. Ellos son los venezolanos que todavía no pueden formar parte de la economía dolarizada, son los que 100 dólares sí les parece dinero, los que deben lidiar con servicios abandonados por el Estado y que no pueden pagar por su cuenta, son los adultos mayores que reciben una pensión en dinero de monopolio, los que quieren que Venezuela forme parte del mundo y también es la economía de un país que se cree productiva solo por sobrevivir con importaciones. Como si eso nos hubiera funcionado en el pasado.

Aunque parezca un consuelo triste, todavía somos un país joven y nos quedan años, décadas y siglos por delante. No sabemos cuándo, cómo o ni siquiera si existirá algún cambio político a mediano plazo. Pero mientras la visión de país siga siendo un ruido blanco, al menos podemos darle la mano a quien lo necesite, podemos disfrutar de nuestras pequeñas victorias del día a día y podemos tratar de llevar una vida normal. Lo importante es estar conscientes de que en algún momento tendremos que subir el volumen otra vez y lograr que Venezuela deje de estar como un sonido suave al fondo de la habitación.

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