EXCLUSIVA: Museíto nos cuenta cómo le va en su vida de mesonero en Panamá
Él no necesita de mayores presentaciones. Deslizando su ondulada cabellera por un arcoiris, Museíto significó para muchas generaciones de niños venezolanos los sueños y las esperanzas de un futuro mejor. Ahora, gracias a una lata de Pirulín y una caja de cigarrillos Belmont, Museíto nos permitió entrar al cuarto que alquila en una casa de familia en Panamá, donde lleva ya 3 años y medio desempeñándose como mesonero para tratar de ganarse la vida.
Hola, Museíto. Gracias por permitirnos entrar a tu habitación. ¿Cuéntanos cuál es tu situación?
¿Me trajeron los cigarros, no?
Sí, sí, aquí están. Te robé uno.
Bueno, ni modo. Mira, yo estoy bien, normal pues. Tú me ves aquí en este cuartico, en una zona normal, sin mucho lujo ni aspavientos, compartiendo la cama con estas dos cucarachas, pelando bola, pero bueno, no es que me queje; viví toda mi vida en Parque Central, así que esto ya de por sí es un progreso. Tengo más o menos casi 4 años aquí, ahora estoy trabajando de mesonero. Me ha tocado lavar carros, trabajar como vendedor en una tienda e inclusive trabajé en un museo del sexo, haciendo cosas feas, bien turbias. Pero no quiero hablar de eso. Lo importante es tener trabajo. Mantener la cabeza por fuera del agua.
¿Cómo has sobrellevado el tema de ser una celebridad en tu país pero no tanto así en el exterior?
Es difícil. Cuando uno se va, le toca un baño de humildad muy arrecho, porque si bien en tu país eres alguien, afuera nadie te conoce. Toca arrancar de cero. Aunque ahora con la cantidad de venezolanos que se han venido a Panamá, algunos me reconocen y me llaman para tomarse una foto conmigo. Yo no tengo rollo, pero cuando estoy trabajando no puedo y entonces es cuando nace la habladera de paja: “Ese Museíto es un agrandado, Museíto es un tremendo pajúo”. Pero lo que no saben es que si mis jefes me ven haciendo eso me botan y me va a tocar prostituirme otra vez.
¿Sientes que tu vida ha cambiado desde que estás en Panamá?
Sí, claro, y uno agradece a este país por haberme abierto las puertas, por la oportunidad de comenzar desde cero. Literalmente desde cero, porque llegué aquí con los bolsillos vacíos; todos saben que en el Museo de los Niños estábamos todos en el ladre. Aquí por lo menos consigo comida, medicinas para mi hipertensión y hay seguridad. Desde que mi esposo me dejó para irse a España con su novio nuevo, lo que hago es tener citas a ciegas por Grindr. No pierdo las esperanzas de conseguir a un nuevo príncipe azul.
Y cuando te ataca la nostalgia… ¿cómo haces para sobrellevarla?
Lo que hacen todos los venezolanos en el exterior: pongo un CD de Guaco a todo volumen, hasta que las mentadas de madre y los coñazos que le meten los vecinos a las paredes me transportan a mi querido Parque Central, a Los Caobos y la avenida Bolívar. Ah, y a todos los niños que estaban alegres en el Museo, claro; ¡imposible olvidarlos! Sobre todo tú, Ricardo, tú sabes que nunca pudimos tener nada porque antes que todo yo soy un profesional, pero yo te veía en los ojos que también te morías de ganas. Y estabas divino.
Volviendo al tema de tu trabajo, ¿te ha tocado atender a alguien más famoso que tú?
Una vez vino por aquí Juan Alfonso Baptista, el actor conocido como El Gato. Me dejó una buena propina, pero imagínate lo que fue eso para mí. Él se sorprendió al verme y me dijo ‘¡Museíto! ¿Qué estás haciendo aquí? Y yo tuve que tragarme mi ego y mirar hacia adelante. Sé que en mi futuro me espera un museo repleto de niños para jugar. Yo antes soñaba con llegar al Museum of Modern Arts o al Guggenheim, pero bueno, ya a estas alturas del partido me conformo con siquiera, un circo de los hermanos Gasca, ¡qué sé yo!
¿Algún mensaje para tus fanáticos?
Recuerden que aquí tienen Museíto para rato, y si se pasan una noche por la avenida Balboa y de repente de las sombras les sale una sedosa cabellera ofreciéndoles un buen rato por 5 dólares, sepan que van a tener un amigo con los brazos abiertos dispuestos a servirlos con mucho orgullo venezolano. Y bueno, si saben de algún contacto en un museo, pues bienvenido. ¿Les puedo dejar mi número para que lo publiquen?